sábado, 20 de noviembre de 2010

UNA CALLE LLAMADA “AVÁ - ÑARÓ”






UNA PROPUESTA DE SOLDADOS1982 PARA RECORDAR A LOS HÉROES DE MALVINAS DE LA CIUDAD DE MONTE CASEROS

Desde el fallecimiento del ex-presidente Néstor Carlos Kirchner, la sociedad argentina ve con sorpresa como algunos sectores del oficialismo han salido a homenajear al ex-mandatario.

Como suele ocurrir en los casos en que hay apresuramientos por “quedar bien”, no siempre suelen ser acertados los cambios de nombres en las calles y paseos de nuestro país.

Un singular caso ocurrió en la ciudad de Caleta Olivia.

Evidentemente sin medir las consecuencias que esto podía ocasionar, sus ediles no dudaron en despojar a la avenida costanera del merecido homenaje a los héroes del Crucero ARA General Manuel Belgrano para imponer el nombre de “Néstor Kirchner” a uno de sus principales arterias.

Pese a las airadas quejas a nivel nacional, los concejales solamente “cedieron” tres cuadras para seguir recordando a los valientes marinos del Belgrano puesto que su escala de valores les dice que la obra del ex-presidente Néstor Kirchner está muy por encima del sacrificio, el heroísmo y el martirio de los tripulantes del Crucero ARA General Manuel Belgrano.

Evidentemente, esto nos está marcando otro tipo de reglas de juego puesto que ya no es necesario aguardar un respetuoso período de tiempo para que tal o cual calle lleve el nombre de un referente social fallecido.

Entonces y utilizando el mismo criterio debemos comenzar a peticionar por la “malvinización” de todas las calles, plazas, pueblos y predios en todas y en cada una de las ciudades del país.

Y eso es factible porque a diferencia del nombre de cualquier dirigente político, la causa Malvinas nos representa a todos los argentinos por igual.

Una de las cosas que me ha llamado la atención es que ninguna de las principales arterias de la ciudad correntina de Monte Caseros lleve el nombre de “Avá-Ñaró (Indios Bravos)” en homenaje a los valientes soldados del RI4 que combatieron como leones en Monte Longdon.

Creo que el homenaje sería oportuno, por todo lo que significa Malvinas para todos los argentinos y en especial para Monte Caseros puesto que el RI4 tiene su sede en esa ciudad y muchos hijos de nuestra tierra han dado su vida en Malvinas.

Además por el alto grado de participación social e integración cultural que tiene el Centro de Veteranos de Guerra “Avá-Ñaró” y la Asociación Tiro Federal dentro de la sociedad montecasereña.

En la víspera del día de la soberanía nacional, la propuesta está hecha y espero que muy pronto una de las calles de la ciudad de Monte Caseros en nuestra provincia de Corrientes lleve el nombre de los indios bravos que defendieron a la soberanía nacional en Monte Longdon y que siguen trabajando por el bienestar de la comunidad de Monte Caseros.


Jorge Adrián Rudi
Ex-soldado clase 1963
Editor de Soldados1982

sábado, 13 de noviembre de 2010

AYOHUMA

Después de la derrota de Vilcapugio, Belgrano debió reorganizar su ejército.

Heroínas de la Independencia Argentina olvidadas tanto por nuestra dirigencia política formada en base a doctrinas extranjeras, como por las elites intelectuales, aficionadas a libros de autores marxistas y liberales.

En un país en que se rinde honores solamente a quienes estuvieron al servicio de intereses extranjeros, nosotros recordamos a estas tres mujeres que en la Batalla de Charawayto de Ayoma (Ayohuma).

el 14 de Noviembre de 1813, auxiliaron a los soldados heridos del Ejército del Norte


El 5 de octubre se hallaba en Macha, a tres leguas de los ingenios de Ayohuma; y allí tomó todas las medidas necesarias para reorganizar su ejército y afrontar nuevamente la suerte de las armas.

A principios de noviembre, Belgrano, situado en Ayohuma, contaba de nuevo con 3.000 hombres y 8 piezas de artillería, en regular estado de organización.

Había tenido que remontar sus efectivos con reclutas del país, por lo cual debía combatir a todo trance, pues se hallaba persuadido de que una retirada, en su situación, lo exponía a los riesgos de una deserción considerable y, en consecuencia, a la desbandada total de sus tropas.

El ejército realista, en cambio, se movía desde Ancacato, con 3.500 hombres estimulados por la victoria y 18 piezas de artillería.

Poco antes de la batalla, Belgrano reunió a los jefes de su ejército en junta de guerra.

En ella se opuso a todo proyecto de retirada y a otros planes poco prudentes y tomó sobre sí la responsabilidad de la acción.

Pero al ponerla en práctica, no mostró el arresto de otras veces.

No tenía confianza en la moral de las tropas; ni ya era el hombre de Tucumán que, al advertir una falsa maniobra del enemigo, se precipitó sobre él, sable en mano.

Guareció su ejército detrás de un barranco, frente a la pampa de Ayohuma, en que pensaba debía desarrollarse la acción, con la esperanza de envolver mediante su fuerte caballería el flanco izquierdo del ejército enemigo.

“El plan de Belgrano – dice Mitre- era esperar el ataque en sus posiciones:

dejar que el enemigo se comprometiese en la llanura, hasta que estrechado a su izquierda por el barranco que quedaba a la derecha de los patriotas, se viera en la necesidad de ganar terreno en dirección opuesta, y entonces lanzar sobre su izquierda los lanceros de Zelaya, envolviéndola y tomando a su espalda, al mismo tiempo que la infantería cargase a la bayoneta sobre el resto de la línea”. Para que dieran resultado estas disposiciones, era preciso que el ataque del enemigo se pronunciase de frente, como lo esperaba el general.

Prestábase a críticas la colocación de la caballería, que hubiera tenido que concretarse a la izquierda, por tener un terreno propicio para sus operaciones, y no ser necesaria su presencia a la derecha, que estaba asegurada”(1)Una hábil maniobra de Pezuela, que se corrió sobre la izquierda, apareciendo por sorpresa sobre el ala derecha de Belgrano, obligó a Belgrano a modificar bruscamente su formación, cambiando de frente.

Pero al no introducir variantes en su plan de lucha, éste se inutilizó.

Fueron desechas las dos alas patriotas y quedaron sin apoyo las columnas del centro.

Bajo un intenso fuego de la artillería realista se produjo la dispersión de las fuerzas patriotas, perdiéndose fatalmente la batalla. La resistencia fue heroica y el triunfo resultó caro en vidas para el vencedor.

Según el parte de Pezuela, los soldados de Belgrano resistieron “como si hubieran criado raíces en el lugar que ocupaban”. (2)

Las pérdidas fueron enormes para el ejército patriota.

Los comandantes Cano y Superí, de Cazadores y de Pardos y Morenos respectivamente, quedaron muertos en el campo de batalla.

Belgrano debió dejar en poder del enemigo cerca de l.000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros.

Al iniciar el movimiento de repliegue con aproximadamente l.000 hombres, Belgrano le encargó a Zelaya la dura tarea de protegerlo con 80 dragones. Al día siguiente de la batalla, Belgrano se hallaba en la quebrada de Tinguipaya, donde terminó la reorganización de sus tropas.

Según el testimonio del general Paz, que acompañaba a Belgrano, la disciplina más severa se observó en todas las marchas.

En esas críticas circunstancias Belgrano ordenó rezar el Rosario, a pesar de la cercanía del enemigo. La religión presente en los momentos de triunfo, les daba fortaleza a Belgrano y a su ejército en la derrota.

Lamentablemente esta derrota tuvo graves consecuencias militares y políticas; se perdieron las provincias altoperuanas en manos de los realistas y la Revolución quedó nuevamente seriamente amenazada desde el norte, por donde los realistas podían avanzar sin obstáculo.

Referencias:

1-Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina.
Buenos Aires, 1887, 4ª. Edición, II, pp. 247-248.

Citado por Mario Belgrano, Historia de Belgrano. 2da. edición. Buenos Aires, Instituto Nacional Belgraniano, 1996,pp.262-263.

2- Véase: Instituto Nacional Belgraniano, General Belgrano. Apuntes biográficos.2da. edición. Buenos Aires, 1995 y Luis Roque Gondra, Vilcapugio y Ayohuma.

En: Instituto Nacional Belgraniano, Manuel Belgrano.

Los ideales de la Patria. Buenos Aires, 1995, pp. 74-76.

martes, 9 de noviembre de 2010

ALMIRANTE EMILIO EDUARDO MASSERA

GRACIAS SOLDADOS ARGENTINOS JUNTA MILITAR ARGENTINA QUE COMANDO A LAS FFAA Y DERROTO A LA GUERRILLA SUBVERSIVA SALVANDO A LA REPUBLICA DE LA ESCLAVITUD COMUNISTA 1976-1983

VENCIO A LA GUERRILLA COMUNISTA CON LAS FFAA Y FFSS ARGENTINAS.

NO SE LO PERDONAN GRACIAS ALMIRANTE SU PUEBLO AGRADECIDO Y ESTO PARA LA HISTORIA

ALEGATO DEL ALMIRANTE EMILIO MASSERA EN EL JUICIO A LAS JUNTAS EN OCTUBRE DE 1985

No he venido a defenderme. Nadie tiene que defenderse por haber ganado una guerra justa.

Y la guerra contra el terrorismo fue una guerra justa.

Sin embargo yo estoy aquí procesado porque ganamos esa guerra justa.

Si la hubiéramos perdido no estaríamos acá --ni ustedes ni nosotros--, porque hace tiempo que los altos jueces de esta Cámara habrían sido substituidos por turbulentos tribunales del pueblo y una Argentina feroz e irreconocible hubiera substituido a la vieja Patria.

Pero aquí estamos.

Porque ganamos la guerra de las armas y perdimos la guerra psicológica.

Quizás por deformación profesional estábamos absortos en la lucha armada; y estábamos convencidos de que defendíamos a la Nación y estábamos convencidos y sentíamos que nuestros compatriotas no sólo nos apoyaban.

Más aún, nos incitaban a vencer porque iba a ser un triunfo de todos.

Ese ensimismamiento nos impidió ver con claridad los excepcionales recursos propagandísticos del enemigo y mientras combatíamos un eficacísimo sistema de persuasión comenzó a arrojar las sombras más siniestras sobre nuestra realidad hasta transformarla, al punto de convertir en agresores a los agredidos, en victimarios a las víctimas, en verdugos a los inocentes.

Y esa guerra psicológica no ha cesado.

Lleva más de diez años golpeando la sensibilidad de la gente, ayudada por un extraordinario apoyo de la prensa.

Era --y esimposible contestar esos ataques porque, en primer lugar, es muy difícil encontrar los medios dispuestos a jugarse por la verdad cuando la correntada social avanza en sentido contrario; y en segundo lugar, porque no se han tergiversado solamente las palabras se ha tergiversado la convención social que le da a cada palabra un significado aceptable para todos.

Así parecería que la democracia era el terrorismo y los que combatíamos al terrorismo éramos los auténticos terroristas.

Así hemos perdido el sentido de la palabra libertad que es un bien en sí mismo, independiente de que alguien intente arrebatárnoslo, y las usinas destinadas a la perversión de las ideas la han suplantado por la palabra liberación, que no supone un bien intrínseco, sino un bien coyuntural sujeto que alguien nos esté oprimiendo.

Se da entonces por sentado que siempre estamos oprimidos a menos que, claro, estén los liberadores manejando el poder.

Cuando el enemigo se dio cuenta de que empezaba a perder la guerra de las armas montó un espectacular movimiento de amparo, inobjetable, del sagrado tema de los derechos humanos.

Yo tenía muy buenas razones informativas para saber que se trataba de una guerra psicológica totalmente desprovista de buenos sentimientos, pero si algo me hubiera faltado para convencerme, aparece una satánica discriminación en los derechos humanos.

Nunca, ninguna de las entidades beneméritas ni de las personas notables que alzan su voz por los derechos humanos, ninguna dijo nunca nada sobre las víctimas del terrorismo.

¿Qué pasa con los policías, los militares, los civiles que fueron víctimas -muchas veces indiscriminadas- de la violencia subversiva ?.

¿Tienen menos derechos o son menos humanos ?.

Esta sencilla observación que no hace falta demostrar porque ahí están los hechos, nunca fue objeto de la atención o al menos de la curiosidad de nadie y a esta altura es una especie de valor aceptado por la sociedad que la violación de los derechos humanos estuvo únicamente a cargo de los represores y que las víctimas de esas violaciones son únicamente terroristas de la guerrilla subversiva.

El asombroso silencio que hay en torno de esta monstruosa falsificación es suficientemente indicativo del grado de parcialidad que ostentan desde los dirigentes políticos hasta aquellos que deberían ser -por su investidura- profesionales de la imparcialidad, pasando por los jefes de los grupos de presión, siempre preparados para poner en la calle diez mil o veinte mil irracionales ululantes capaces de convencer a los poderes públicos de que ellos son la historia y ellas ya han dado su veredicto. No le reprocho al fiscal el estilo con que ha desarrollado la acusación porque después de todo, el estilo es el hombre.

Le reprocho sí, sus desagradables ironías sobre nuestros héroes, como en el caso del teniente Mayol.

Alguien me dijo que era intolerable que se jugara al sarcasmo con nuestros muertos.

Pero, ¿quiénes son nuestros muertos ?;

¿de quién son los muertos ?.

Terminado el fragor de la guerra, todos los muertos son de todos, y nadie tiene derecho a hablar de ellos, sin el respeto que a cualquier hombre moral y civilizado debe inspirarle la dignidad intrínseca de la muerte, aunque más no sea, porque cada muerto es un testimonio tangible de la eternidad.

Pero si no ha habido serenidad para hablar de nuestros muertos,

¿quién sería tan candoroso de esperar un proceso objetivo para los que están vivos?:

¿quién sería tan candoroso de esperar un proceso objetivo en medio de esta presión social?;

¿quién sería tan candoroso de pensar que se está buscando la verdad, cuando mis acusadores son aquellos a quienes vencimos en la guerra de las armas?.

Aquí estamos protagonizando todos algo que es casi una travesura histórica: los vencedores son acusados por los vencidos.

Y yo me pregunto:

¿En qué bando estaban mis juzgadores?

¿Quiénes son o qué fueron los que tienen hoy mi vida en sus manos?;

¿eran terroristas?;

¿estaban deseando que ganaran los represores?;

¿eran indiferentes y les daba lo mismo la victoria de unos que la de otros?.

Lo único que yo sé es que aquí hubo una guerra entre las fuerzas legales, en donde si hubo excesos fueron desbordes excepcionales, y el terrorismo subversivo en donde el exceso era la norma.

Esto que acabo de decir es el punto central y tanto que la acusación no ha hecho otra cosa que tratar de demostrar que los excesos eran norma en las fuerzas legales.

Naturalmente no es cierto.

Cualquiera puede imaginar que nadie transforma a los oficiales y suboficiales del Ejército, la Fuerza Aérea y la Armada en una banda de sorprendentes asesinos que de la noche a la mañana pierden todo reflejo ético.

Pero lo que no hace falta demostrar es que en una organización terrorista, el exceso sí es la norma, simplemente porque el exceso es su razón de ser.

Claro que de eso no se habla, parece un simple detalle.

Pero ellos, los que ejercieron el exceso como norma, son mis acusadores, son mi simple detalle.

En la obsesión del enemigo por debilitar a las Fuerzas Armadas no ha ahorrado hasta el uso de la infamia menor, tratando de mostrar supuestos agravios y recriminaciones recíprocas entre los que ejercimos el comando de las fuerzas armadas en aquel momento.

Los distintos puntos de vista políticos que existieron, se mantuvieron siempre dentro del plano de las ideas y es simplemente ridículo pensar que eso tenía consecuencias en las relaciones institucionales como las personales.

A pesar de esas diferencias, nunca se perdió el respeto entre nosotros.

No obstante comprendo que a los vencidos les interese difundir esa fábula, con la esperanza de que las fuerzas armadas de hoy se miren entre sí con suspicacia.

Dividir para reinar.

Pero los que están delatando es, en definitiva, miedo, mucho miedo.

Porque el enemigo sabe que las fuerzas armadas de hoy son capaces de derrotarlo como las fuerzas armadas de ayer.

No he venido a defenderme.

He venido como siempre a responsabilizarme de todo lo actuado por los hombres de la Armada mientras tuve el incomparable honor de ser su comandante en jefe.

También me responsabilizo por los hombres de las fuerzas de seguridad y policiales que durante mi comando actuaron subordinadas a la Armada en la guerra contra la subversión.

Quiero decir, además, que me responsabilizo por los errores que pudieran haber cometido.

Pero, si el Tribunal necesita para eximir de responsabilidad a mis subordinados, a todos mis subordinados, que yo deba aceptar además que todas sus actuaciones fueron cumpliendo órdenes precisas que yo debiera haber impartido personalmente y en forma omnipresente lo acepto.

Yo y sólo yo tengo derecho al banquillo de los acusados.

Sentar a otros aquí sería como sentar a la Argentina en el banquillo de los acusados, porque en verdad les digo, que la Argentina libró y ganó su guerra contra la disolución nacional.

Pido a Dios que el Tribunal no cometa la equivocación de poner al país en estado de proceso, porque esa equivocación equivaldría a haber perdido también la guerra de las armas.

Si necesitan acabar con nosotros, háganlo, pero no le arrebaten a la Argentina su única victoria de este siglo.

Mi serenidad de hoy, proviene de tres hechos fundamentales.

En primer lugar, me siento responsable pero no me siento culpable, sencillamente porque no soy culpable.

En segundo lugar, porque no hay odios en mi corazón. Hace tiempo que he perdonado a mis enemigos de ayer, a mis flamantes enemigos que no han podido substraerse a la compulsión que estamos viviendo.

Y en tercer lugar, porque estoy en una posición privilegiada.

Mis jueces disponen de la crónica, pero yo dispongo de la historia y es allí donde se escuchará el veredicto final.

Casi diría que afortunadamente carezco de futuro. Mi futuro es una celda.

Lo fue desde que empezó este fantástico juicio y allí transcurrirá mi vida biológica, ya que la otra, la vida creadora, la vida de la inteligencia, la vida del alma, se la entregué voluntariamente a esta veleidosa y amada Nación.

Sólo de una cosa estoy seguro.

De que cuando la crónica se vaya desvaneciendo, porque la historia se vaya haciendo más nítida, mis hijos y mis nietos pronunciarán con orgullo el apellido que les he dejado. -