miércoles, 28 de octubre de 2009

LA REINA DE JUJUY

Además de llamar la atención sobre el peligro planteado por la proliferación de grupos violentos vinculados con el gobierno kirchnerista que tratan de silenciar a quienes no comparten las opiniones de sus jefes, el ataque que sufrió hace poco el senador radical Gerardo Morales sirvió para poner en el centro del escenario político nacional a la jefa de la organización barrial Tupac Amaru.

Hasta entonces, la fama de Milagro Sala se había limitado a su propia provincia y a algunas vecinas como Salta, pero gracias a la embestida de sus seguidores contra Morales ya se ha propagado por lo ancho y lo largo del país.

Según se ha denunciado, con la ayuda de los contribuyentes del país, la militante ultrakirchnerista se las ha arreglado para erigirse en la persona más poderosa, más influyente y más temida del Noroeste argentino.

Puede que también esté entre las más ricas ya que, como es habitual en las zonas de tradiciones feudales del país, en Jujuy es borrosa la distinción entre lo público y lo privado.

Parecería que Sala, lo mismo que otros líderes piqueteros, no se ha sentido obligada a rendir cuentas por las decenas de millones de dólares que se ha acostumbrado a manejar, aunque pocos dudan de que para ella su figuración política es mucho más importante que la eventual evolución de su patrimonio particular.
Quienes simpatizan con Sala pueden señalar que administra su organización con eficacia notable y que muchos jujeños sumamente pobres se han visto beneficiados por sus esfuerzos, de suerte que cumple una función que en principio debería ser la del Estado.
Como ella misma ha dicho, "si el Estado fuera eficiente nosotros no existiríamos".

Tiene razón, claro está.

El crecimiento exponencial de las organizaciones de piqueteros es la consecuencia lógica de la inoperancia al parecer irremediable del sector público y de la incapacidad, atribuible en buena medida a la falta de voluntad, de demasiados integrantes de la clase política de llevar a cabo los programas a los que aluden en sus discursos a menudo floridos.

Aún más que en otras partes del mundo, en nuestro país la política se ha transformado en un fin en sí mismo, una carrera en que el éxito o el fracaso depende más de la relación con sus congéneres de quienes se dedican a ella que de las preferencias del electorado.

En las semanas turbulentas que precedieron y siguieron al colapso de la convertibilidad, muchos ciudadanos se dieron cuenta de dicha realidad, pero fue extrañamente escasa la incidencia electoral de la toma de conciencia así supuesta.
De todos modos, aunque sea verdad que organizaciones como la encabezada por Sala están llenando el vacío que fue dejado por políticos que no saben cómo salir del mundillo aislado en que se encuentran, se trata de un fenómeno que ninguna sociedad civilizada puede tolerar por mucho tiempo sin exponerse a graves riesgos.

Puede que algunas de las acusaciones dirigidas contra Sala se inspiren en prejuicios o en las ambiciones de rivales, pero es evidente que, con la aprobación de una jefa célebre por mantener entre sus huestes un grado de disciplina que envidiarían muchos militares, los activistas de Tupac Amaru están más que dispuestos a emplear la violencia contra cualquiera que se anime a criticarlos, que los beneficiados por sus actividades sociales tienen que asistir a las manifestaciones porque de lo contrario perderán la vivienda que les ha sido prestada y que en diversas ocasiones han tomado la Legislatura y la Casa de Gobierno de Jujuy, además de atacar con furia vandálica locales usados por opositores.

Con el argumento -cierto- de que a muchos políticos que a su modo representan el sistema democrático no les importan las penurias de una gran proporción de sus compatriotas, Sala y otros líderes piqueteros se creen con derecho a pisotear los derechos ajenos, censurar opiniones que no les gustan y violar la ley con la más absoluta impunidad.

A menos que los comprometidos con la legalidad y con las reglas democráticas logren retomar el espacio que ocupan Tupac Amaru y una plétora de organizaciones del mismo tipo, la Argentina extrajurídica continuará expandiéndose a costa del país formal, con consecuencias que con toda seguridad serán aciagas para virtualmente todos sus habitantes, incluyendo, desde luego, a la mayoría de los piqueteros.

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